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Polemizando

El cuento de la buena pipa

El cuento de la buena pipa

 

Sobre las ferias agropecuarias, tengo mi opinión. Primero que todo sigo añorando las que se desarrollaban cada domingo hasta aquel fatídico huracán, en la Plaza del Sandino en Santa Clara con una gran pizarra que establecía los precios máximos de venta y escuché a varias personalidades afirmar que era la mejor de Cuba. Ahora es solo una al mes donde se desparraman por la avenida los mismos vendedores de todos los días con sus altos precios y los de Acopio también altos, en algunos renglones, están incluso por encima de los particulares. La feria, como se realiza a final de mes, cuando el deprimido bolsillo está liviano, se convierte además en un engrasado sistema de abastecimiento para los carretilleros y demás vendedores que multiplican sus precios en las cuadras. Por tanto lo que más abunda en las ferias actuales es la especulación. Aunque no lo reflejaran las estad dísticas oficiales porque mucha comida se desvía, la más elemental lógica prueba que hoy se produce mucho más, después de entregarse más de cien mil hectáreas de tierra, la mayoría puestas en explotación. No resuelve el problema poner a competir al estado con precios fijos y los particulares libres. Los renglones elementales para la alimentación popular, lo seguiré diciendo, debieran ser topados para todos. Si nos proponemos rescatar aquellas ferias que eran verdaderas fiestas de pueblo, lo primordial es crear las condiciones que motiven la concurrencia directa de los productores, lo que está en ley además. Algunos argumentan que el que produce la tierra no tiene tiempo para venir a las ferias, lo cual es media verdad, porque los que nacimos al pie del arado sabemos que un día, el domingo, si es posible, o el campesino busca quien le venda sus excedentes no contratados como los busca para usar la guataca.  Los campesinos, dueños de sus productos, son los únicos que bajarían los precios en la feria. Las entidades estatales no pueden, algunos precios están incluso centralizados desde la Habana, y los revendedores no pueden perder después de haber pagado los productos. Si al campesino le pagan un buen precio en la propia finca los revendedores particulares, que después lo multiplican por tres, difícilmente se motive a concurrir. En fin para resolver los problemas de la comercialización de productos agropecuarios hay que escuchar todos los criterios, colegiarlos, analizarlos con integralidad, llegar a conclusiones y tomar decisiones que favorezcan a los productores y al pueblo. Y esta historia me recuerda cuanto me molestaba cuando niño escuchar el cuento de la buena pipa.

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