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LA ESCUELA AL CAMPO Y LOS VALORES…QUE DEBEMOS DEFENDER

LA ESCUELA AL CAMPO Y LOS VALORES…QUE DEBEMOS DEFENDER

 

Anicel es una adolescente menuda para su edad que, como sus compañeritas de la secundaria básica de Santa Clara donde estudia, marchó a la escuela al campo con sueños similares, a romper la rutina que la acompaña en las calles citadinas. Por primera vez se iba a enfrentar a la rudeza del trabajo agrícola. Acostumbrada al mimo de sus padres porque es hija única, logró, sin embargo, sortear el sinsabor de una alimentación no acorde  al esfuerzo demandado. Pero lo que sí la deprimió fue tener que volver al surco por la tarde, porque no había logrado cumplir durante la mañana la norma de cajas de tomate estipulada por los adultos. Su mamá también se deprimió,  y no quiero contar el final de esta historia. No vale la pena. Solo deseo reflexionar sobre los valores que debemos fomentar y no perder. Exigir el cumplimiento de la norma a un estudiante pudiera ser válido como método que va creando en él la responsabilidad; pero hay que saber diferenciar la holgazanería y la falta de aptitudes físicas para determinada actividad. Martí no habló de normas, sino de “instalar, detrás de cada escuela, un taller agrícola a la lluvia y al sol, donde cada estudiante sembrase un árbol”.  Difícilmente Anicel se anime después de esta experiencia a estudiar una carrera agrícola como el país reclama con urgencia. ¿Por qué normas estrictas a cumplir por alumnos, mientras no se explotan adecuadamente los brazos propios de la empresa? ¿Tiene esta exigencia algo que ver con aquella ternura martiana que exaltaba la belleza de un niño “cuando llevaba en sus manitas una flor para su amiga”?. Mientras se creen a la brevedad posible, las condiciones para que cada cual recoja su tomate o su café, aprovechemos la escuela al campo para fomentar valores irrenunciables, como el de la solidaridad, que nos ha mantenido erguidos durante más de 50 años.

 

En vez de regresar cabizbaja al campo por la tarde, Anicel debió ser ayudada por sus compañeritos a terminar la norma. Pero no es culpa de ellos, sino de esos adultos que ni piensan en esto, y tal vez, sin darse cuenta, fomentan el egoísmo y el individualismo. Yo, que vivo de escribir sobre la realidad que me circunda, hubiese preferido concluir esta historia con la sonrisa en los labios, por su final feliz.  

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